Artúculo proveniente del instituto upledger en España. El Síndrome de Estrés Postraumático no es un problema puramente psicológico; lo acompañan profundos cambios fisiológicos así como realizaciones espirituales. Estos hombres y mujeres que sufren a consecuencia de haber obedecido órdenes merecen nuestros mejores esfuerzos.
Por John E. Upledger, D.O., O.M.M.
Conocí a Jim en Hartford, Connecticut en el otoño de 1992. Habíamos organizado un simposio sobre Terapia Cráneo-Sacral durante el cual yo trataba a pacientes que habían sido traídos por los terapeutas que participaban en el evento. Había más de 100 terapeutas en el simposio de una amplia variedad de disciplinas, aunque todos practicaban la Terapia Cráneo-Sacral en sus consultas con más o menos frecuencia. Habían traído pacientes que no respondían bien al tratamiento aplicado o cuyo diagnóstico y resultados confundían al terapeuta en cuestión.
En los simposios, yo evalúo y trato a los pacientes uno a uno, delante de todo el grupo. Pienso en voz alta para que los terapeutas puedan aprender lo máximo posible de la situación. No sé nada acerca del paciente que se tumba en mi mesa. El proceso de evaluación y tratamiento forma parte de la terapia y obtenemos toda la información necesaria a través del contacto físico y el diálogo que realizamos durante la sesión. No hacemos análisis de sangre ni pruebas visuales hasta después, y sólo necesitamos una confirmación del diagnóstico por alguna razón (generalmente legal). Durante estos simposios he tenido el privilegio de trabajar con unos casos fascinantes.
En este simposio, en 1992, unos de los pacientes era Jim. Parecía un poco nervioso al presentarse delante de un grupo tan grande de espectadores. Al darle mi mano sentí el sudor frío en las suyas, así que le aseguré que no pasaría nada que él no quisiera. Le dije también que todos los terapeutas en la sala eran personas amables, cariñosas y sin prejuicios, quienes se interesaban por su bienestar. Se relajó un poco, se quitó sus zapatos y su cinturón y los objetos de sus bolsillos y se echó sobre la camilla.
Jim era un hombre atractivo, más o menos 1.75 metros y alrededor de 70 kilos, con un aspecto limpio y arreglado. Creo que tenía alrededor de 50 años. Tenía las condiciones físicas de alguien que hace mucho ejercicio. No parecía estar enfermo en absoluto.
Empecé mi evaluación tocando las plantas de sus pies a través de sus calcetines de forma simétrica. Inmediatamente, mis ojos y mis manos sentían la necesidad de concentrarme en su corazón. En la Terapia Cráneo-Sacral, seguimos la dirección de nuestras manos sin dudar, así que coloqué mi taburete en el lado izquierdo de su corazón y me senté tranquilamente. Deslicé mi mano derecha debajo de su tórax en su lado izquierdo de tal manera que mi mano cubría la parte posterior de sus costillas, desde la tercera hasta la octava, en ese lado. Extendí mi mano izquierda en la parte superior de su pecho de tal manera que tenía su corazón entre mis manos. No dije nada.
En un par de minutos, sus ojos empezaron a parpadear. Pronto se cerraron y podía ver un movimiento rápido de los ojos (REM) a través de sus párpados cerrados. Su ritmo de respiración cambió. Fluctuaba entre un ritmo profundo y lento y la respiración rápida y entrecortada que ocurre cuando tenemos una experiencia emocional. Evidentemente, Jim se encontraba en un estado de conciencia alterada.
Permanecí con mis manos en su tórax y visualicé a su corazón. Conforme hacía esto, su respiración se volvió entrecortada y su cuerpo empezó a sacudirse. Con voz suave y cariñosa, le pregunté a Jim dónde se encontraba. Dijo que estaba en Vietnam. Él se encontraba, junto con cuatro compañeros más, atrapado por el fuego enemigo. Habían estado en la misma situación toda la noche, y habían perdido a varios hombres. Un helicóptero llegó para evacuarlos. Jim y sus compañeros saltaron abordo. El helicóptero intentó despegar pero no pudo, había demasiado peso. Sin dudarlo ni un instante, Jim saltó a tierra y el helicóptero pudo despegar, cosa que hizo enseguida. A partir de este momento, Jim tuvo un arrebato de matar, usando su arma automática y sus granadas. Mató a todos los que le habían atrapado a él y a sus "hermanos" durante la noche. Se sintió eufórico. Había matado a todos sus enemigos. Era el único ser humano vivo por allí. Estaba volando con la sensación de matar.
Jim abandonó el área y empezó a caminar por un sendero, sin tener la menor idea de a dónde iba. En este punto en su "proceso", una parte de él se convirtió en observador. Nos contó que ahora se daba cuenta que no había saltado del helicóptero porque era un héroe, sino porque sentía una necesidad compulsiva, una necesidad que describía como una adicción a matar. Habiéndose dado cuenta de esto, volvió a observarse a si mismo caminando por el sendero donde se "regocijaba" con su "euforia de matar". Vio a un oficial Vietnamita, malherido, tumbado a un lado del sendero. Se aceró al hombre y le miró a los ojos sin decir nada. Sintió odio. Sacó su cuchillo y le arrancó el corazón del oficial indefenso de una tajada. Seguía caminando por el sendero, con el corazón en la mano. Llegó a un pequeño puente sobre un arroyo. Arrojó al corazón, todavía caliente y lleno de sangre en el arroyo y siguió su camino.
Entonces, Jim cambio su estado de consciencia. Ahora se encontraba tumbado en la camilla en el simposio. Sus ojos permanecían cerrados. Entonces, describió al "espíritu" del oficial vietnamita a quien había arrancado el corazón. El espíritu se acerca a él desde arriba. La imagen del espíritu se acercaba y Jim podía oír cómo repetía una y otra vez, "Por favor, devuélvame mi corazón. Lo necesito para poder seguir mi camino."
Al principio, en cuanto vio al espíritu, Jim sintió rabia y odio. De repente, el sentimiento cambió y sintió interés en el dueño del espíritu. Jim dijo que los dos eran hombres dispuestos a matarse porque alguien les había dicho que era lo correcto. ¿Porqué debían matarse para complacer a sus gobiernos, a los que les habían enviado para hacerlo?. El oficial a quien Jim había robado el corazón podría haber sido un buen hombre; quizás tenía mujer e hijos. Ahora, Jim sentía remordimiento por haberle matado y rabia contra aquellos quienes le habían dicho que debía matar.
Durante todo este proceso, yo me limitaba a mantener un contacto ligero, aportar una palabras suaves de apoyo y dirigir energía e intención a través de su corazón. Fue Jim quien hizo todo el proceso en voz alta delante de más de 100 terapeutas a quienes no conocía. Su presencia no parecía disuadirle de su experiencia.
La simpatía que Jim sentía hacía el espíritu del oficial creció rápidamente. Me preguntó qué debía hacer respecto al corazón. Yo le pregunté qué era lo que creía correcto, aquello que más ayudaría a ambos. Jim le dio al espíritu del oficial su propio corazón. En el momento en que el corazón de Jim abandonó su pecho, sentí una sensación de frío y vacío entre mis manos. El espíritu le dio las gracias a Jim efusivamente y se marchó. Fue interesante notar que el espíritu del oficial que había aparecido delante de Jim no dijo estar enfadado porque Jim le había quitado el corazón. Sólo le suplicaba que se lo devolviera.
Una vez que el corazón había salido del cuerpo de Jim, yo sentí la necesidad de ir a su cabeza. Coloqué mis manos de forma simétrica, con suavidad, en la parte superior y en los lados (temporales) y permanecí en silencio. Pronto, Jim empezó a preguntarse, en voz alta, qué debía hacer al respecto de que ya no tenía corazón. Yo le sugerí que él se construyera un nuevo corazón. Pedí a los terapeutas en la sala que enviaran energía y amor hacía Jim mientras se construía su corazón.
En pocos minutos, Jim dijo que el corazón ya estaba terminado y felizmente instalado en su pecho. También nos comentó que no se había sentido tan bien desde que se fue a Vietnam. Entonces dijo que había estado sufriendo pesadillas, "flashbacks" (escenas retrospectivas), arrebatos de ira y rabia, incapacidad de confiar en nadie, etc., desde principios de 1970.
En 1980, en la organización "Veteran Affairs" le diagnosticaron un Síndrome de Estrés Postraumático (SEP) y le declararon discapacitado. No había respondido bien a ningún tratamiento hasta que entró en contacto con el terapeuta de Terapia Cráneo-Sacral que le había traído al simposio. Había sentido un alivio temporal, gracias a la Terapia Cráneo-Sacral, pero ninguno tan espectacular como aquel que sentía ahora.
Jim me llamó después de tres semana para decirme que todavía se sentía bien y, de hecho, seguía mejorando. Fue una buena noticia. Fue Jim quien me introdujo al SEP y me introdujo al mundo de miles de veteranos de Vietnam que estaban todavía parcial o totalmente incapacitado debido a esta afección.
Durante el verano de 1993, empezamos un programa de tratamiento intensivo para el SEP en nuestra clínica en Palm Beach Gardens, Florida, EE.UU. Jim nos envió cinco de los peores casos que conocía, y también le incluimos a él dentro del programa. Tuvimos un notable éxito con los seis. Ahora, Jim ha conseguido su doctorado en terapia ocupacional y tiene un buen trabajo en un centro privado de rehabilitación en Connecticut, EE.UU.
Este proyecto piloto sirvió como nuestra introducción al SEP y su impacto sobre los veteranos de Vietnam. Queremos demostrar que se puede tratar el Síndrome con Terapia Cráneo-Sacral y otras terapias derivadas de ella. Otra meta que nos hemos propuesto es demostrar que los veteranos que sufren de este síndrome pueden disfrutar mejor calidad de vida sin la necesidad de drogas tranquilizantes, antidepresivas o psicotrópicas.
El SEP no es un problema puramente psicológico; lo acompañan profundos cambios fisiológicos así como realizaciones espirituales. Estos hombres y mujeres que sufren a consecuencia de haber obedecido órdenes merecen nuestros mejores esfuerzos.
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